lunes

Piedritas párpados

Decidió terminar con todo eso que lo martirizaba, que le taladraba el cerebro.
Afuera, el día no estaba mal y subir la persiana fue una primera buena decisión; porque había escuchado por ahí que la vida era eso, el tiempo de las decisiones; que siempre estamos decidiendo, descartando, tomando uno o otro camino para las cosas; cuántas cucharitas de azúcar querés en el café?. Se preguntó si sus decisiones habrían de cambiar la situación final, subir o no subir la persiana era casi como subir o no subir los párpados, mirar o no mirar, despertarse o seguir durmiendo toda la mañana. Pero llegó rápidamente a la conclusión. No. Subir la persiana, ese domingo con poco sol, con toda la gente en la calle, sacar la cabeza y respirar, eso no podía cambiar nada. Nada de lo que viniera después.
Se equivocó. Y ese tipo que ni siquiera sabe quién fue que le dijo que la vida era sólo un tiempo de decisiones, tenía mucha razón. Pero eso lo entendió después.

Una vez subida la persiana y café en mano, se sentó a leer de frente hacia la ventana y de espaldas a la puerta.
Encontró algo interesante ese libro que se había negado a leer durante mucho tiempo, cuando de repente escuchó un ruido seco y corto contra su ventana. Lo dejó pasar.
Cuando el ruido sonó dos veces más, miró por la ventana y vio en el edificio de enfrente un chico. No debía tener más de once años, pensó. Siguió leyendo y el ruidito volvió a sonar contra su vidrio. Entendió entonces, que el juego consistía en eso. No mirar al chico, que en ese momento juntaba unas piedritas y se las tiraba a la ventana para llamar su atención.
Primero trató de ignorarlo. Pero eso no generó nada en el rubiecito de enfrente que ya empezaba a irritarlo, incluso fue peor. Cuando volvió a mirar, con el segundo café en mano, vio junto al chico de las piedritas, dos más que reían con él y lo acompañaban en el juego. Cuando los miró fijo, se escondieron. Minutos después, su ventana sonaba como si granizara.
Para qué habré subido la persiana, se preguntó con irritación.
Buscó alguna otra excusa, el sol en los ojos, que no se cayera el gato por la ventana, que no entre humedad, frío o calor y bajó la persiana. Bajó los párpados, no miró y durmió toda la mañana.

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