sábado

Cuando la mente no se detiene

Eran las 7 de la mañana cuando decidí que no iba a ir. No me costó mucho la decisión, ni tampoco encontrar buenos argumentos. Me volví a quedar dormida pocos minutos después.
Depronto, estaba ahí. No sé cómo, pero había olvidado la decisión de no ir. Estaba corrigiéndole el maquillaje a la profesora, diciéndole quién era y si estaba o no en la lista.
Cuando me desperté me di cuenta de que habían pasado dos horas desde que había decidido no ir. Y seguía ahí en la cama, con la gata en la misma posición que cuando me había quedado dormida. Claramente, nunca había estado en la clase físicamente, mi mente sí. Es que, como no logré soportar la idea de faltar, me obligué a ir, aunque sea, en sueños.

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Anónimo dijo...

Mi ejercicio siempre fue contrario al suyo, estimada Carolisima. Nunca faltaba a clases, salvo cuando comenzaba el verano y podía escapar a la playa.
Cabeceador de pupitre, me pasé la vida estudiantil peleando con la vigilia.
Así me fue.
Hoy soy un calificado ganapán y corredor de conejas.